lunes, 9 de septiembre de 2013

Mal de maletas

Camila Ruskowski, Montevideo, noviembre 2011.

Odio hacer maletas. La cama desaparece bajo montones de ropa, me amontono. Todo parece imprescindible, la duda salta entre los pantalones y las faldas: ¿y si de repente necesito/quiero usar el/la X? (Complete a su gusto, véase: "¿Y si de repente necesito leer La casa de Bernarda Alba?). La duda se queda con demasiado espacio.
ODIO hacer maletas. Me llevo más cosas de las que quiero, no puedo llevarme todo lo que quiero. Lloro. Cada vez queda menos hueco, pero la habitación tampoco parece estar más vacía, las camisetas se reproducen por gemación espontánea. Es un misterio espacio-temporal, la física no ha conseguido darle respuesta.
Odio mal hacer maletas. Las personas, por muy delgadas que sean, no caben. Y si cupieran, supongo que en pocos minutos tendrían contracturas en la espalda, se les dormiría una pierna, se irían poniendo azules poco a poco. 
No, definitivamente, no debe de ser muy cómodo viajar mientras te clavas entre las costillas la esquina de una de las obras maestras de García Lorca.