martes, 24 de septiembre de 2013

Gafapájaro

Hay personas capaces de quitarte las fobias de un plumazo. De un boligrafazo. Camila intentó acabar con mi pánico a los pájaros con un doble argumento, gráfico y verbal. El asunto era convencerme de que no se puede desconfiar de alguien que lleva gafas. Lo grande que puede ser una persona que mide metro y medio. Ah, ella también lleva lupas. Con estas premisas, es inevitable hacerle caso.


lunes, 23 de septiembre de 2013

Poesía bípeda

Alguien viven en Marte. Poesía a la plaça
Alguien vive en Marte
 
Sabe de letras, de lírica y de otras muchas cosas. Y, sobre todo, le gustan. Hace tiempo, después de ir a un recital-concierto, M me dijo que a la poesía hay que ponerla en pie. Que da gusto cuando sucede.
Ayer la plaça del Comerç (Sant Andreu, Barcelona) sirvió durante unas cinco horas -¡cinco horas!- de pasarela, escenario, salón y auditorio para que paseara a sus anchas, verso a verso. Los poemas cantaron y se tumbaron en la música. Se pasearon entre las orejas sentadas en el suelo y en las sillas. Hablaron desnudos delante del micrófono.
Y se lavaron la cabeza con la tinta de una artistaza -una tal Alguien vive en Marte, que a veces se hace llamar Olivia o incluso Marta- de pelo corto. "Negro y rizado", como dice ella. Pintó el cartel que anunciaba Poesia a la plaça y la pancarta que se enganchó entre los árboles para indicar que las musas estaban ahí, de pie, en pie.
Sí, un recital puede remolonear durante toda la tarde y comerse parte de la noche a base de nutrirse de plumillas, recitadores, cantantes, trompetistas, clarinetistas, cuerdas, percusión. Porque, a Dios gracias, todavía quedan unos cuantos tarados que creen que la poesía puede bailotear y es mucho más grande cuando salta del papel al cemento.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

La duda

Carta de Pier Paolo Pasolini 
 
Vivir en la contradicción, en el absurdo, en la duda no es tan difícil como parece. No tan imposible, al menos. La lógica es cómoda y rígida, pero sobre todo, conocida. Lo que escapa de sus límites, la incertidumbre, tiene un contra, la ambigüedad, el misterio; pero esto último es también su mayor encanto. Aquello que la convierte en apasionante.

martes, 17 de septiembre de 2013

Jarrones y botellas

Marta Vidán. BarcelonaNo es subjetividad. Es la defensa de que el mundo que creamos dentro de nosotros, que escribimos, vomitamos sobre un lienzo o sacamos por cualquier vía es tan verdadero como el que lo inspira. A veces, incluso más valioso, porque lo ensancha, lo hace bello. Hacer poesía siempre es embellecer algo o a alguien: no se escribe mirando a la musa, se escribe en base a la idea de la musa que queda enganchada a las neuronas cuando ya no está delante. Sobre la versión de la musa que nuestras gafas mentales conforman. Una contracaricatura que a veces uno confronta con la realidad, y la comparación parece remota. No tiene por qué llamarse idealización, puede ser una especie de efecto poético que ni siquiera ha sido intencionado. No se trata de querer pintárselo bonito a uno mismo de manera inconsciente, de necesitar creer que se viven historias perfectas en situaciones perfectas. Simplemente es algo inevitable. Inevitablemente maravilloso.

De cualquier manera, hace poco concluíamos en una conversación interesante con alguien interesante que si uno ve un jarrón donde hay una botella, ambos son igualmente válidos, reales. Es más: esta percepción hace que el mundo se componga de jarrones y botellas. Uno ha creado jarrones, ergo ya existen. Ha creado otro mundo a partir de uno previo, distorsionado (sin que esto sea despectivo) al escoger ciertas facetas o rasgos. Y esta creación, a Dios gracias, impide que el universo se reduzca a una sucesión de envases de vidrio alargado.


Marta Vidán. Barcelona


lunes, 9 de septiembre de 2013

Mal de maletas

Camila Ruskowski, Montevideo, noviembre 2011.

Odio hacer maletas. La cama desaparece bajo montones de ropa, me amontono. Todo parece imprescindible, la duda salta entre los pantalones y las faldas: ¿y si de repente necesito/quiero usar el/la X? (Complete a su gusto, véase: "¿Y si de repente necesito leer La casa de Bernarda Alba?). La duda se queda con demasiado espacio.
ODIO hacer maletas. Me llevo más cosas de las que quiero, no puedo llevarme todo lo que quiero. Lloro. Cada vez queda menos hueco, pero la habitación tampoco parece estar más vacía, las camisetas se reproducen por gemación espontánea. Es un misterio espacio-temporal, la física no ha conseguido darle respuesta.
Odio mal hacer maletas. Las personas, por muy delgadas que sean, no caben. Y si cupieran, supongo que en pocos minutos tendrían contracturas en la espalda, se les dormiría una pierna, se irían poniendo azules poco a poco. 
No, definitivamente, no debe de ser muy cómodo viajar mientras te clavas entre las costillas la esquina de una de las obras maestras de García Lorca.